por Izaskun Landaida Larizgoitia, Directora de Emakunde-Instituto Vasco de la Mujer
- Domingo, 18 de Agosto de 2013 - Actualizado a las 06:22h
EL modelo que Emakunde y el
movimiento feminista y de mujeres viene reclamando para nuestra sociedad
se basa en el reparto equitativo de responsabilidades familiares entre
hombres y mujeres y en el impulso de la corresponsabilidad de los
hombres en el trabajo doméstico y de cuidado de las personas. Es dentro
de este modelo donde encaja la custodia compartida como opción ideal,
una custodia compartida que empieza desde el primer momento, desde el
nacimiento o la adopción, porque educar, criar a la descendencia no es
un derecho, sino una obligación, una obligación permanente que no
depende del estado civil de la persona ni de la convivencia con su
pareja.
Emakunde aboga por una sociedad madura en la que tanto mujeres
como hombres sean corresponsables del cuidado de sus criaturas en todo
momento. En este sentido, consideramos que la promoción de la custodia
compartida por encima de la custodia denominada monoparental puede
remover obstáculos para que la igualdad de mujeres y hombres sea
efectiva y real, es decir, sería hacer una apuesta a favor del modelo
deseable, un modelo más conveniente y justo donde los hombres
participaran más y fueran más corresponsables de las obligaciones del
ámbito doméstico.
No obstante, no se puede perder de vista que aún estamos lejos
del objetivo de contar con una sociedad corresponsable al 100%. En
efecto, aunque la transformación de la sociedad vasca en lo que respecta
a la incorporación de las mujeres al mundo productivo ha sido radical,
puesto que de un 28% de mujeres empleadas hace 25 años, hemos pasado al
44% actual, en lo que atañe al mundo reproductivo los datos señalan que
la paridad todavía sigue estando lejos: las mujeres representan un 93%
entre quienes reducen la jornada para el cuidado de hijas e hijos y un
95% entre quienes se acogen a la excedencia para el cuidado de menores.
Por lo tanto, consideramos importante que se tenga en cuenta el punto de
partida de la familia, es decir, estudiar cada caso concreto, examinar,
entre otros aspectos, si en la familia ha existido o no
corresponsabilidad por parte de los miembros de la pareja, para proceder
a determinar el tipo de custodia más apropiado, porque no se puede
olvidar que frente a la obligación de cuidar se encuentra el derecho de
las niñas y los niños a ser bien cuidadas y cuidados. No podemos olvidar
que el interés prioritario a salvaguardar es siempre el de los y las
menores.
La decisión, por tanto, no puede ser automática ni mecánica,
porque los intereses de las y los menores no entienden de respuestas
automáticas ni de lo que, desde un punto de vista ideal, sería lo más
adecuado, que a veces en la práctica no lo es, porque depende de las
voluntades y de las capacidades de personas concretas. Quien venga
ejerciendo su maternidad o paternidad con responsabilidad antes de que
se produzca la separación o el divorcio, lógicamente ha de tener derecho
a seguir ejerciéndola y así habrá de declararlo el juzgado, porque los
hijos y las hijas han de tener una continuidad en las relaciones
establecidas con ambos progenitores y la pérdida, inevitable por otra
parte, ha de ser la mínima posible.
Si se parte de un ejercicio de la maternidad y la paternidad
con responsabilidad, en el momento de la separación, los conflictos se
reducirán al mínimo. Con la situación de partida señalada, donde la
corresponsabilidad no está generalizada, en la práctica tampoco se
generalizará la custodia compartida, si bien la puerta ha de estar
abierta sin que se pongan trabas a las y los integrantes de esas
familias que lleguen a ese grado de madurez y de paridad donde ambos
miembros de la pareja son corresponsables del cuidado de sus criaturas
y, así, puedan tomar decisiones sin las limitaciones impuestas por los
roles tradicionales en función del sexo.
Si bien es un hecho que la corresponsabilidad desde un punto
de vista de realidad social sigue siendo algo no habitual, se van dando
pasos en pos de su normalización y el establecimiento de la custodia
compartida como una posibilidad más, no como algo excepcional, es un
paso adelante a favor de promover la concienciación, participación e
implicación de los hombres en pro de la igualdad, aunque es necesario
contextualizar la situación para evitar debates desenfocados. En este
sentido, desde Emakunde insistimos en que la igualdad de mujeres y
hombres, también en la crianza, es una necesidad para la profundización
en la democracia y para la construcción de una sociedad más justa,
cohesionada y desarrollada social y económicamente. Abogamos, por
tanto, por una custodia compartida responsable, basada en la negociación
y el acuerdo y, sobre todo, que priorice los intereses y el bienestar
de las niñas y los niños, por encima del de sus progenitores.
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